
--PAPPE, Ilan: Historia de la Palestina Moderna. Un territorio, dos pueblos. Ediciones Akal. Madrid, 2007.--
Marx en busca de Dulcinea del Toboso, un grupo de jóvenes románticos en busca de la poesía, la filosofía y el amor, en un mundo gramaticalmente desconocido. La búsqueda incesante, utópica, de la Luna Llena.



A finales de Septiembre comenzamos un nuevo Seminario de introducción a Lenin.
¿Debe quién no es un experto en cuestiones económicas y sociales opinar sobre el socialismo? Por una serie de razones creo que si.
Si esa noche, por lo que sea, tus niveles de testosterona se encuentran más elevados de lo normal, tu apetito sexual se verá incrementado. Seguro que estarás más predispuest@ a encontrar alguna aventura amorosa. Pero si no tienes éxito tranquil@ que no te vas a quedar ansios@. La testosterona sube y baja rápidamente sin mayores repercusiones, y al día siguiente todo empieza de cero otra vez.En caso de que sí hayas tenido sexo satisfactorio con alguien, habrás notado el subidón de la dopamina, la hormona del placer. Si realmente ha sido bueno te habrá gustado tanto que querrás repetirlo a casi toda costa. ¡Pero que la dopamina no te engañe! en el fondo a ella le da igual si vuelves con la misma pareja o no; incluso te permite sentirte enamorad@ de dos personas a la vez. De acuerdo, de acuerdo… si ha estado tan bien, quizás hayan bajado un poco los niveles de serotonina, te sentirás desorientad@ y pensarás que esa persona es especial, tiene “algo”. Empezarás a enamorarte.
Quizás tras varios chutes de dopamina notes cierta sensación de adicción. Puedes relajarte y disfrutarlo tranquil@, en este estadio la testosterona y la dopamina no forman parte relevante de la historia. Desdecirse no sería traumático todavía. Lo serio de verdad llega cuando la oxitocina aparece en escena. Tu cerebro la segrega a grandes cantidades en cada orgasmo, y es la responsable del sentimiento de apego, de unirte definitivamente a tu nuev@ compañer@. Si hubiera una hormona del amor, esta sería la oxitocina. Cuando estáis juntos os reduce el estrés, el miedo, aumenta la confianza, la generosidad, la sensación de bienestar en cada abrazo… es la esencia química del afecto. Y lo más importante: hace que te sientas feliz cuando observas a tu pareja feliz. Su satisfacción pasa a ser más importante que la tuya propia. Ahora sí que puedes decir honestamente “te quiero”, en lugar del “te deseo” propio de la etapa dominada por la dopamina.
De todas formas no te confíes. Asegúrate de mantener los niveles de oxitocina altos a base de orgasmos, porque si no, pueden ir decreciendo hasta perder el apego. Si esto os ocurriera a los dos a la vez, tampoco sería tan grave. La tristeza de la separación daría paso rápidamente a una sensación de alivio. Lo peligroso, desdichado, insano, funesto, devastador…, es cuando por cualquiera de los miles motivos diferentes que existen, la relación se rompe cuando los niveles de oxitocina están al máximo. Entonces la química cerebral se vuelve loca. La serotonina baja por los suelos: te deprime, te desespera, pierdes la cordura, dudas constantemente de lo correcto e incorrecto, aparece la ansiedad, la obsesión…
Te separas y de repente tus neuronas encargadas del placer ya no segregan nada de dopamina. Notas un síndrome de abstinencia brutal. Tu cerebro pide a gritos sinápticos volverle a ver. No deberías hacerlo; es un suicidio hormonalmente hablando. Recaerás como el alcohólico que en el momento de más debilidad piensa “será sólo una copa”. Dale tiempo a tu química cerebral para que restablezca sus niveles normales. Además, allí ya no hay amor verdadero ni nada. Bueno, quizás sí lo hay, pero queda ofuscado por el deseo egoísta de sentirte mejor, de aliviar tu propio sufrimiento. En esos momentos no estás pensando en qué es lo mejor para él o ella.
“Quiero continuar siento tu amig@” puede decir el que haya salido más ileso de la desdichada ruptura. Científicamente absurdo. Es como si pretendes curar al alcohólico de antes diciéndole: “Debes dejar de beber. Pero puedes continuar yendo a los mismos bares, no hace falta que tires las botellas de tu casa, y dale un inocente beso al vino cada cierto tiempo”. Los neurocientíficos expertos en adicción saben que eso no lleva a ningún sitio. Si les hiciéramos caso, la terapia del desamor incluiría borrar teléfonos, mails, y tirar fotos a la basura, por muy doloroso que sea.
La neurociencia dice que esto es muy por encima lo que le ocurre a un cerebro enamorado. Nunca lo aceptaríamos como justificación de nuestra situación individual, porque hay demasiadas excepciones y casos particulares que se escapan a la lógica química. Pero de todas formas nos lo creemos. No molesta en absoluto que la ciencia nos de su versión acerca de qué pasa. Lo patético llega cuando pretende averiguar el por qué pasa…
Por Pere Estupinyà, extraído de su excelente blog:
Apuntes científicos desde el MIT
Hogen, un maestro Zen chino, vivia solo en un pequeño templo en el campo. Un dia, cuatro monjes peregrinos llegaron y le pidieron permiso para hacer un fuego en el patio para calentarse.
Mientras construian un fuego, Hogen les oyo hablar acerca de la subjetividad y la objetividad. Se les unio y dijo: "Supon que hay una piedra muy grande, ¿la cosideras que esta fuera o dentro de tu mente?".
Uno de los monjes le contesto: "Desde el punto de vista del Budismo todo es una representacion mental, asi que yo diria que esta dentro de mi mente."
"Debes de sentir tu cabeza muy pesada," observo Hogen, "si vas por ahi cargando con una piedra como esa en tu mente."
¿Puedo quererte y con eso conformarme?¿Puedo odiar a Bécquer por iluso?¿Y respetar que nunca sepa si tú algún día me has querido? Sí... sí puedo. Porque mi vida está llena de amores tempranos, nacidos en épocas tardías de las conciencias que me han acompañado en este viaje.
Como bien dejó entrever nuestro amigo Ivan, sí hubo una historia de un plátano que resucitó, no al tercer día... pero bueno. Está fue su historia, quien la quiera entender que la entienda
quien no que siga en su desazón.
Lloraba en cualquier parte de su cuerpo, en los labios, en el pelo, en las manos. Los ojos sólo restaban impasibles a las circunstancias. Yo no lo sabía, pero sí me quería de verdad y el amor es algo tan sutil, tan guardado e íntimo que uno se estima más dejar de creer en la cordura que no restar bajo el absoluto desconcierto de la vida. Yo, aunque no me creáis, no lo sabía.
A mí me mataron muchas veces. A veces sólo eran heridas profundas pero otras veces eran muertes. Mi corazón latía pero mi mente moría. Sólo el suelo frio del pasillo y mi cara pegada a él intentaban devolverme la vida. Luego el agua en la bañera, fría, impávida a las circunstancias, intentaba devolverme la vida. Y si volvía en sí era por qué sí, por qué sí.
La carne, la astúcia, la sin razón tenían cabida en la persona que quise y en la que no quise. No tuve paciencia, no la tuve. Había demasiado esperpento en mi vida para tener paciencia, no quise esperar más. Era esta la oportunidad que me devolvían, que me debían, no sé qué o no sé quién, pero me daban un nuevo comienzo para volver a caminar, las circunstancias eran ignorantes de lo ocurrido antaño y seguían derribando muros para construirlos de nuevo.
Mi espiral no tenía fin... Un plátano como yo, que puede decir de las circunstancias. Debía morir simbólicamente, porque ella no me quería, no creía que me quisiera por el resto de los años de mi finita vida, aunque el espiral no tuviera fin. Y allí fue cuando me desangré de desilusión y mis ojos no lloraron por mí ni por ella, lloraron por el dolor, por el dolor que no nace de la vida sino de la misma muerte.
La tormenta despertó. Me siguió mientras yo la seguía. Me gritó mientras yo la escuchaba, me suplicó mientras yo lamentaba y me regaló un libro mientras yo resucitaba.
No fue al tercer día, no. He aprendido que con el tiempo los plátanos no nos morimos del todo, siempre nos quedan unas circunstancias que abren las puertas del oxígeno y ni la lejía, ni el agua fría, ni el hielo del suelo pueden compararse con esa paralela que uno crea a parte de su espiral.

En el número de Abril de Investigación y Ciencia podemos encontrar una entrevista de M. Springer a A. Zeilinger. Zeilinger es decano en la Universidad de Viena, ha realizado avances importantes en la teleportación cuántica y conseguido crear interferencias entre moléculas. Es una autoridad en materia de Física Cuántica aplicada. Casualmente, el entrevistador, licenciado en física, estudió en la misma Universidad que él y comentan sobre el tema:

El Club de Luna Llena vuelve al ataque con un nuevo Seminario. Esta vez no nos va a ocupar la cuestión de la Ideología a través de Hitchcock, tampoco El capital de Marx por el momento, sino el sueño anhelado por generaciones y generaciones de personas de ingenio de intentar entender y dominar el tiempo. Pensar el tiempo, ese va a ser el objetivo de este nuevo Seminario de los lunáticos.