30 marzo 2007

Por un marxismo romántico y melancólico

Para los lunáticos del Club que mejor que un Marx apegado a la melancolía, mirando a lo alto, allí donde se encuentra la Luna llena...

Descartes, en su búsqueda de un ámbito de certeza, esto es, un ámbito donde pueda afirmarse de algo que es y qué es sin ningún género de duda, llega a la conclusión de que dicho ámbito es la extensión. Así pues, sólo en la medida que reducimos los contenidos del pensamiento a matemática, a relaciones cuantitativas, a figuras, etc. obtenemos un conocimiento verdadero de la realidad y, a un mismo, tiempo damos con la construibilidad de la realidad misma. Este es el llamado Principio Moderno que empieza a regir el espíritu de los tiempos de Descartes de ahí que el francés lo expresara magistralmente.

Este Principio con la Ilustración y el establecimiento definitivo del capitalismo atravesará toda nuestra realidad social en forma de maquinismo industrial, automatismos por doquier, periodizaciones temporales de todas nuestras experiencias vitales, dando con las relativamente recientes tecnologías del bit, esto es, del cero o el uno, del sí o el no donde el argumento brilla por su ausencia, etc. Sin lugar a dudas, todo este proceso de afirmación de la cantidad, de colonización por parte del cálculo de todas nuestras dimensiones vitales, esta expansión sin límite de la racionalidad que diría Weber, llevará, en última instancia, a la pérdida de otras dimensiones humanas, al vacío axiológico, a la falta de valores y contenidos con los que dotar de sentido a la existencia, a la desustancialización de nuestro existir, al universalismo frente a lo particular, a afirmar lo racional, el cálculo egoísta, el interés, frente a los sentimientos, la interioridad, a menospreciar lo enigmático, lo inexplicable, etc.

Desde finales del siglo XVIII, el romanticismo será la principal reacción contra todo este desencantamiento racionalista del mundo. Los románticos afirmarán la importancia de los sentimientos y las emociones frente a lo que ellos consideran el racionalismo escueto de los ilustrados, reivindicarán melancólicamente un pasado perdido repleto de valores, idolatrarán algunos de ellos la Edad Media, afirmarán el individuo frente a la pérdida de éste en los nuevos universales aparejados a los agentes sociales del capitalismo, se decantarán por una libertad con pretensiones de absoluto frente a la inserción del individuo en una maquinaria social asfixiante que coloniza incluso nuestro interior, etc. Surgirá así un romanticismo tradicional que anhela un vuelta al pasado pero también otro tipo de romanticismo que mirando atrás, a lo perdido por el proceso racionalizador capitalista, pensará el futuro, la utopía, el porvenir. Este último romanticismo es el que puede entenderse como una parte inherente a la obra de Marx y Engels.

Bajo el capitalismo todo este proceso desencantador tiene su expresión genuina en la afirmación del valor, del valor de cambio, frente al valor de uso. Es más, todo el despliegue de la substancia-sujeto del capital, toda la ilusión metafísica constitutiva de la realidad capitalista, se despliega conforme a la lógica hegeliana triádica de dicho valor. Al capitalista le es indiferente vender un peine a un calvo que a alguien que tenga pelo, para él lo importante es el valor que encierra la mercancía peine, cerrar el círculo sitémico hegeliano del capital, no su valor de uso concreto para una u otra persona. Nuevamente vemos la afirmación típicamente moderna de la cantidad en detrimento de las propiedades positivas de la mercancía, en contra de su valor de uso. Así pues en El Capital de Marx asoma de manera implícita cierta crítica romántica al capitalismo. Marx, por tanto, realiza una inversión nostálgica, apela al valor de uso, al universo simbólico, a la imagen, al apego sentimental hacia la cosa, hacia todo aquello que era preeminente en las sociedades precapitalistas frente al valor de cambio, frente a la estricta racionalidad cuantitativa, frente al automatismo enajenado, frente al cálculo vil y egoista del burgués. Ahora bien, esta crítica al Principio Moderno negador de todo mundo axiológico, de todo encantamiento, es una mirada melancólica al pasado (recordar si no por ejemplo el interés de Engels por las comunidades del llamado comunismo primitivo como ejemplos éticos de vida igualitaria y antiautoritaria), es un poner la vista en el pasado pero no de forma reaccionaria sino con vistas a pensar el futuro, es un intento de nuevo cierre circular hegeliano fuera del espacio mercantil, una propuesta de lucha por superar de la modernidad que no es simple vuelta al pasado sino mirada atrás, al mundo no enajenado, no escindido, para desplegar en el presente las potenciales contrariedades que apunten a una nueva reconciliación: el Reino de Dios sobre la tierra.

26 marzo 2007

Como hoy me siento un poco Román Maldonado, he decidido poneros esta foto a los del club de la luna llena (que es casi como la de avellaneda).
Gracias por haberme invitado y os dejo también unos versos como prueba de mi fidelidad al club. Un beso a todos.


... Es un día de calma.
Quiero que lo repitas desde allí,
allí, para que grabes
en la madera limpia de tus remos:
Quien no quiso caer en la mentira,
no sea injusto desde la verdad.

Luis García Montero, Día de Calma, en Las Flores del Frío (1991)

23 marzo 2007

Voces desde lo desconocido...

De una nueva amiga que ha entrado en nuestro lunático mundo caída de no sé qué astro lejano...


Voces desde lo desconocido de nuestra corporeidad, preguntas iniciadas con un "por qué", preguntas que generan preguntas... las que más nos cautivan, las que nos son más importantes, las que dotan de sentido a las cosas y las que, a un mismo tiempo, son más difíciles de contestar, tan difíciles que carecen de respuesta...

18 marzo 2007

18 de Marzo

Una fecha señalada este 18 de Marzo, señalada porque repleta está de pérdidas y faltas, llena de otros sentimientos que no vienen al caso, señalada para mí porque estoy más solo que la Luna...

Dos ideas sólo quiero lanzar al viento, a esos remolinos que ruedan y ruedan, que todo se lo llevan, lo mejor y peor de nosotros mismos, nuestros recuerdos, nuestras vivencias, los sueños, las angustias y los sufrimientos.

La primera idea es que si pudiera volver a elegirme, eligiría sin dudar lo mismo, nuevamente me abocaría por esos senderos de juventud inhóspitos, inexplorados, que no mostraban su fin, que no daban pista de sus atajos y desvíos. Sí, repetiría lo andado, aún sabiendo que daban con esta vida que ahora tengo, aún con la conciencia de que mis pasos firmes avanzaban a este infierno de martirio, vacío y ausencia de sentido. ¿Por qué? Porque qué más da el fin si siempre es el mismo, ineludiblemente, nada, nada, nada...

Por tanto, y con ello arranco de mis entrañas mi segunda idea aún a costa del dolor más tremebundo que pueda imaginarse, mejor quedarse siempre en lo andado, mejor andar con la mirada puesta en los zapatos propios, sin levantar cabeza, sin alzar la vista a ese horizonte en que habitan los sueños por los que uno acaba precipitándose en abismos infinitos. La mirada fija, siempre puesta en la punta de tus zapatos y que, paradójicamente, si es posible, ello no te impida querer o, como mínimo, haber querido.

Y sin embargo...

08 marzo 2007

¿Alguien puede prestarme una única certeza?

¿Cuál es la más peligrosa de las enfermedades? Posiblemente sea la melancolía... esa acompañante incansable de la Luna...

Sólo pido una certeza sobre la cuál sostenerme, sobre la que pueda apoyarme, que muestre sin mácula de duda que vale la pena existir, persistir en el ser, no perderme en el abismo de la nada, algo por lo que pueda sobrevivirme sin culpa alguna, sobrellevar este hastío diario, aguantar las noches eternas de oscuridad infinita, escuchar el silencio atroz e implacable de la soledad, perdurar en las palabras y sus significados...