26 julio 2007

Lunas ciertas


Estábamos destrozadas. Eran las cinco de la mañana y aún teníamos que esperar una hora más a que llegara el tren. María, Carla y las demás ya habían cogido el metro de vuelta a casa. Yo también podría haberlo cogido, pero tú y yo no tenemos por costumbre dejarnos solas esperando un tren. Tú vives más lejos y tus trenes pasan menos, no me importa hacerte un rato compañía. A la ida ya dijimos sonriendo aquello de que “vinimos juntas y no dejaremos atrás a nuestras compañeras!”. Me encanta decir esta frase, a pesar de que no me gusta demasiado el cine bélico…


“Esta maldita hora se está haciendo eterna!”. “Lo que daría yo ahora por un cafelito!”.
Después de haber ojeado varias veces los restos de un diario gratuito de hace dos días que estaba tirado al lado nuestro y de haber examinado con profundidad la manada de gente rara que llegó a la estación (eternos alcohólicos, algún salido que nos mira demasiado, un grupo de garrulos que gritan mucho y algunos frikis más), repasamos la noche…


“Deja de preocuparte, que importa si te vieron llorar!”, “Ese impresentable está jugando contigo, no te merece, tienes que romper esa relación, sufres demasiado. Ya te dije que no debías mezclar trabajo y placer, ¡y menos con el jefe de la oficina!..”, “lo que pasa es que tu y yo somos demasiado enamoradizas…”, “¿Cómo fue la cena de empresa el otro día?”


Luego nos pusimos a reír a carcajadas (la gente de alrededor pensaría que éramos idiotas) mientras recordábamos las fantasmadas de aquella noche del novio de María (“Si no sabe ni bailar!! Y pone cara de enciclopedia, como siempre, hablando de música”), lo mal que nos sentaron tantos chupitos de tequila y la empanada que lleva el camarero de nuestra cafetería de siempre. “Al final tendremos que hacer lo del Círculo, a veces María tiene hasta buenas ideas y todo!”.


“Por fin llega el tren!”. Nos subimos a él y nos tiramos a la bartola en los asientos. “Creo que estamos solas en todo el vagón, menos mal que los garrulos chillones se fueron al otro”. Nos miramos con comprensión, no hace falta hablar para comprendernos. Acabamos apartando nuestras miradas llenas de melancolía, desamor, sueño, amistad y esperanza y miramos por la ventana. “Se está haciendo de día…”, “Me encanta ir en tren…”.

“Estoy muy cansada, creo que no volveré a ir a esos conciertos nunca más”, “¿No dijiste eso mismo el año pasado?” “He leído el poema que me enviaste, me ha encantado”, “¿Crees que se habrá dado cuenta que me gusta?”

No hay comentarios: