04 noviembre 2007

Segundo Cuento de Eduardo

A mis amigos y al Club, por qué ¿podemos vivir sin fantasías? Espero que les guste ;)

Andaba Eduardo por el camino de los perdidos y encontrose con un tal Nietzsche al cuál preguntó, perdone usted ¿Ha estado en el Cielo? EL otro le dirigió un breve saludo, de aquellos que transmiten rigor en vez de cordialidad y, haciendo una reflexión, en dos segundos contestó: Sí, estuve allí, pero no vale la pena hablar de ello. Y de nuevo Nietzsche saludó a Eduardo mientras éste se quedaba decepcionado de la contestación, torció por el camino de la locura y desapareció en mitad de sombras y Zaratrustas.

Eduardo sugirió a su acompañante, el señor Pi, de tomar un refrigerio en el Café Lisboa, su dueña, una tal Elisabeth se había casado con un comerciante de tés en las Índias, su amiga Laura le había dicho siempre ¡estás loca, ahora que puedes tener un harén, vas y te casas! El señor Pi, obsesionado con el número 3,14159265358..., habría desdeñado la oferta si no fuera porqué estaba profundamente enamorado de una bebida llamada Masala Chai que servían en el Café. Cogieron el camino de la cuesta sin fin y en tres segundos llegaron a la calle de los Cafeses. Estaba repleto de escritores, filósofos, científicos y poetas, todos intentando reflexionar, en medio de humaredas, sobre lo relativo del mundo.

Eduardo saludó entonces al poeta cuántico, que sin dejar su guitarra, escribía acerca del tiempo. Quiso demostrar a Eduardo una serie de ecuaciones que inventarían la máquina del tiempo, pero éste le aconsejó que dejara de leer a Newton, está más obsesionado con la alquímia, amigo mío. El poeta cuántico le sonrió y volvió a su guitarra para tararear acerca de los olvidos.

El señor Pi se sentó junto a la Banda de Moebius. Mientras bebían y fumaban Eduardo soltó una declaración estuve muy obsesionado contigo Moebius. Éste tan absorto en sus contradicciones se levantó a pedir otro chupito de aguardiente mientras murmuraba la obsesión siempre te conduce al mismo punto, al mismo punto, por qué nadie lo entiende, al mismo punto...

Decidió Eduardo abandonar el barrio de los Locos para poder pensar más nítidamente y se internó en los parajes de los soñadores, mal hecho, porqué allí tropezó con alguien a quien odiaba profundamente. Hola Hegel, ¿cómo van tus pastillas juanolas? Georg Wilhelm Friedrich Hegel ni le contestó, sólo le miró recordando el pequeño desencuentro con el gato y desapareció sin más. Hegel morirá de cólera, con ese carácter.-se dijo.

Se sentó un banco y empezó a escribir una carta: Querida Sabadellense, el amor es para nosotros, sólo nuestro, porque la propiedad privada sí existe cuando hablamos de dos. No sé olvidarte y te esperaré cincuenta y un años, nueve meses y cuatro días si hace falta. La cerró en un sobre y se la dio a Gabriel para que se la enviara. Entonces se dijo ojalá no se acuerde ya de las espinas clavadas en el corazón...

La tranquilidad de los días se habían hecho eternos en la ciudad. Casi todo el mundo odiaba a los pájaros que, incordiando con sus cantos, les recordaba la condena melancólica de años futuros. Iván, el Terrible, paseaba junto a su amigo Yucatán. Los dos discutían cuando se encontraron a Eduardo sentado en el banco ¿cuánto tiempo llevas aquí, compañero? Y Eduardo contestó toda la vida, amigos, toda la vida. Decidieron los tres ir a casa de Schopenhauer que caía cerca, allí junto al cruce de caminos donde Edipo mató a su padre.

Quien acudía a casa de Arthur era masoca, pues su mala leche y su arte de insultar ponía histérico a cualquiera. Pero los tres amigos querían saber una importante noticia ¿Había muerto Marx? Karl Marx había experimentado una historia común a la del género humano. Se había convertido en el único entendedor de las bases de la vida y si su muerte era cierta, había que empezar a preparar la resurrección. Polvo somos, mas polvo enamorado.- se decían.

Anna había estado hablando con Schopenhauer cuando entraron Eduardo, Iván y Yucatán. Los cuatro empezaron una charla distinguida y tranquila hasta que Anna se cansó de ser hipócrita y les dijo ¿qué estamos haciendo? ¡Se fueron los jilgueros de Lynch a otra parte! Schopenhauer le contestó Los llamados seres humanos, con escasas excepciones, no son otra cosa que sopas con arsénico. Y así se zanjó la discusión. Schopenhauer quedaría relegado a una simple foto en el escritorio del mundo.

Tras varios días en Argentina, Ferran, un amigo de Eduardo le hizo una llamada secreta para decirle: me he casado con Romina. Eduardo que sospechaba que jamás abandonaría Argentina le animó a seguir luchando por las libertades del país y le recordó: acuérdate de Campanella, que sin quererlo, fue miembro fundador del Club.

Y así trascurrían los llamados días en el universo simbólico de Eduardo. Lo que siempre suponía una ida y una vuelta a todo. ¡Los versos! ¡Qué sería de todos sin los versos! Y cuando se dirigía al Viñeta para refundar, cada día e infinitamente el Club de la Luna Llena se decía tú no puedes volver atrás porque la vida ya te empuja con un aullido interminable, interminable.






5 comentarios:

Shelley dijo...

Lo sé, es una ida de olla, perdónadme si ofendí ;)

Anónimo dijo...

¿¿qué vas a ofender...??

està guapo...lo meu de deixar de fer l´hipòcrita...no sé com pendre-m´ho...:)
a veure si ens veiem dimecres... potser passo a veure´t.

Shelley dijo...

perquè tu sempre has estat la persona més justa que he conegut mai :) tot i que ningú ho sàpiga encara :P

Dimecres no curru, passa't dijous.

Edmundo V dijo...

¡Shelley ten cuidado!

Cuenta Schopenhauer que los que piensan, tienen ingenio y virtudes, albergan algo de felicidad o alegría, si no disimulan todo ello y se muestran igual de mezquinos que el resto de mortales, sólo se ganan enemistades y desdichas.

Además,piensa -dice Schonpenhauer- que los humanos, por lo general, somos celosos, envidiosos, poco honestos y nada honrados. En la dicha del prójimo solemos ver nuestra desgracia, en la virtud del otro nuestros defectos, en la inteligencia de aquél nuestra mediocridad de entendimiento, en la fantasía ajena la escasez propia a la hora de soñarse un poquito mejor y así podríamos continuar y continuar...

Un escrito genial, de esos que sólo puede levantar el desprecio de mezquinos.

¡Gracias por la parte que me toca!

Shelley dijo...

Lo que no sabe Schopenhauer y ni siquiera lo sospecha es que la fantasía no eran los cuentos de León Felipe, no. Esos son otros que nos los cuentan para ser más felices, pero no lo somos (recuerda a Ann en Mi vida sin mí).

Yo reivindico la magia y la fantasía de lo que existe, de lo que es tan real en el mundo, del espectro que se inmiscuye en las coordenadas de la realidad y nos condiciona. Aunque a veces malo, otras veces nos hace levantarnos cada día, préguntale Gabriel o a Marx.

Un abrazo.

P.D. El desprecio de los mezquinos me recuerda mucho al desprecio de los indiferentes. Cada día queremos menos y por eso tenemos menos. Queremos menos, tenemos menos, soñamos menos...