
La primera idea es que si pudiera volver a elegirme, eligiría sin dudar lo mismo, nuevamente me abocaría por esos senderos de juventud inhóspitos, inexplorados, que no mostraban su fin, que no daban pista de sus atajos y desvíos. Sí, repetiría lo andado, aún sabiendo que daban con esta vida que ahora tengo, aún con la conciencia de que mis pasos firmes avanzaban a este infierno de martirio, vacío y ausencia de sentido. ¿Por qué? Porque qué más da el fin si siempre es el mismo, ineludiblemente, nada, nada, nada...
Por tanto, y con ello arranco de mis entrañas mi segunda idea aún a costa del dolor más tremebundo que pueda imaginarse, mejor quedarse siempre en lo andado, mejor andar con la mirada puesta en los zapatos propios, sin levantar cabeza, sin alzar la vista a ese horizonte en que habitan los sueños por los que uno acaba precipitándose en abismos infinitos. La mirada fija, siempre puesta en la punta de tus zapatos y que, paradójicamente, si es posible, ello no te impida querer o, como mínimo, haber querido.
Y sin embargo...
No hay comentarios:
Publicar un comentario